sábado, 12 de diciembre de 2009

Capítulo 5. Vigila bien mis pasos.

Los pasos de Martín son un secuencia de imágenes sobreexpuestas que interrumpen el trance cada vez que nuestros caminos se separan. A cada paso, Martín fragmenta nuestra historia en momentos que la memoria aún no ha desterrado. Ahora, sólo ante el peligro, me dirijo a casa de Allende. Martín olvidó comprar una botella de vino, dio medio vuelta y regresó sobres sus pasos unas calles más atrás. De modo que mis pies caminan, solos, hacia el acantilado de las dudas. El gladiador más fuerte rompe la cadena que le une a su compañero, y éste, más débil y más cansado, sigue su propia inercia hacia los leones. Sin más compañía que la llovizna parida de una nube estancada.

Mientras se aleja, la huella de sus pasos en la acera, la estela de aureolas que se secan tras él durante la fracción de segundo de cada zancada nueva, me recuerda su fidelidad una vez más.
¿Qué ser tan solitario no tiene un Martín a su lado?
Un Martín que, sin haber compartido infancias, conoce, sin lugar a dudas, cuando tu mueca es verdadera o por el contrario andas explorando un tesoro escondido en las estepas más extensas que se abren en la otra orilla de los lagos más profundos de la inopia.
Un Martín que ha aprendido a seguir ese camino tan enrevesado para buscarte. Buscarte, no por asuntos graves, ni para rescatarte del abismo tras una indigestión de realidad. Nunca para que sientes los pies en el suelo de este mundo tan bien habitado por el hombre.
Aprende a buscarte tan solo para liberarte de las garras del sueño cuando ya has pasado del medio día.
Cuando el mundo le parece injusto, pecaminoso, extraño o simplemente inmenso.
Cuando espera opinión, un consejo contundente y aceptable.
Para hablarte de sus musas, de la fotógrafa, su último descubrimiento. Nada fuera de lo común, pero sí semejante a lo que él "siempre soñó". No he tenido aún el gusto de conocerla, esta noche confío en verla al fin.


Si la puerta de Allende se abriera ante mí, sabría reconocerla, estoy seguro. Lamentablemente solo desde una mirada pervertida...


Martín dixit: "Ojos chispeantes, pelo largo y castaño, comisuras que encierran unos labios carnosos, hombros huesudos, pecho apretado, marca sutil del aro del sujetador en cada seno, abdomen raquítico sobre unas caderas anchas, nalgas prominentes y erguidas, sostenidas por unas piernas finas, tan finas como sus tobillos".

Un martín que siempre necesita intuir en su fotografa todo aquello que le hierve la sangre. Todo aquello que solo su imaginación alacanza, cuando se ve así mismo alejado de sentirlo en su propia piel.
Martín te hablará de ello como si lo huera sentido ya. Describirá el color de voz de los gemidos de la fotografa durante uno de sus orgasmos, pues la escuchó suspirar una tarde en la que, sentada, cabilaba en silencio.
Te hablará del color de sus pezones, homólogo al de sus labios. Y del color de sus bucles más íntimos, homólogo al de sus finas cejas.

El día que la conoció llegó a casa fuera de sí. Inés los había presentado y lo más preocupante es que desde ese mismo instante no quiso saber solamente sus colores secretos y la suavidad de su interior más superficial, sino que su curiosidad traspasó un poco más el umbral del tacto y de los colores...
Martín quiso saber el Por Qué de esa cámara fotográfica colgada en su cuello. Quiso saber el Dónde de su estudio. El Qué le gustaba fotografiar. Cuáles eran sus sueños.
En cuanto al tema de los colores, solo le preguntó por sus preferidos. Qué brillo y Qué saturación. Para Martín, los bucles de la fotografa es la forma de espiral que adquiere su respiración cuando, al suspirar dormida, su aliento se retrae en la almohada.

Martín jura y perjura que encontró el amor de su vida, pero nunca adoptará una postura firme. Piensa que cuando uno se convence a sí mismo de que está enamorado es porque realmente no lo está, y todo acaba en una sublime ilusión. El amante vive enamorado porque vive sin saberlo.

Solo un paso más y lo peor habrá pasado. Una aldaba oxidada, el sonido de una cancela y 3, 2, 1... 1 y medio..., ¿pero qué...? ¿por qué n...?


- ¡Joder víctor! ¡No me lo puedo creer! ¿Donde te metes chico? ¡No hay quien te vea!

- Hola Allende... Empezaba a pensar que no estabais...

- Si, si que estamos, es solo que me dio un poco de pereza levantarme a abrir, y estos son más vagos que yo. Pasa, que estamos unos cuantos...

Allende es devorado por la oscuridad del pasillo y yo vuelvo la vista atrás. Un callejón escalonado sombrío tras la puerta, y una farola adosada en la pared que ilumina el espacio que Martín aún no ha cruzado. Espero que se dé brío.

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